5 de agosto de 2006

KOSMOS, MUERTE Y VIDA (DE LA MANO DE JESÚS MOSTERÍN)

La vida es un estado excepcional de desequilibrio termodinámico, de separación de la corriente principal de la realidad. La muerte es la vuelta al equilibrio, a la normalidad. La individualidad del ser vivo se construye sobre el desequilibrio con el entorno, es difícil de mantener, improbable y frágil. La muerte es el colapso de la individualidad, el retorno a la unidad, al equilibrio, al origen, al estado de indistinción previo a la existencia. Los seres vivos somos espuma efímera y olas fugaces del profundo océano de la realidad.

La muerte es la pérdida de la individualidad y el retorno a los flujos universales de la materia y la energía, la fusión con el entorno y con el resto del universo. Tras la muerte ya no somos nosotros, pues nos hemos hecho uno con el universo. En cierto sentido, subsistimos, pero no como nosotros, sino como el todo, como el universo, como lo que el pensamiento indio clásico llamaba Brahman.


La naturaleza humana, Jesús Mosterín. Ed. Gran Austral.


La muerte continúa siendo una asignatura pendiente para todo el corpus de sabidurías del mundo occidental, obsesionado con el progreso material y el conocimiento de las estructuras más superficiales de la materia, con todo aquello que pueda tener un fin práctico. Se suele decir que la ciencia moderna sólo tiene sentido ubicándola dentro del marco de un sistema productivo. Conocer la materia para manipularla y hacer uso de ella, desde crear un mueble más consistente o cómodo hasta la fabricación de los más avanzados ordenadores. Pero ¿qué hay de la hermenéutica y de la filosofía, de la interpretación profunda del mundo y de la creación de una visión del ser humano en comunión con el universo?.

El citado párrafo, escrito por Don Jesús Mosterín, es un pequeño rayo de luz, una base a partir de la cual se puede ir trabajando. La vida tiene un sentido y la muerte forma parte de la vida. El cosmos es un todo que se autodestruye y se autoregenera, y ése es el ritmo de su existencia. Todos los seres vivos bailamos con la misma música, somos cosmos y de eso sí que no se libra nadie. Vida, muerte, regeneración, vida, muerte, regeneración. El ciclo de los mundos parece infinito, nada muere en realidad, sino que se transforma, se regenera, se convierte en otra cosa. El conocimiento científico nos acerca a esa verdad maravillosa, sin necesidad de vanas creencias en un “más allá” que nos sirva de consuelo. Sin embargo, algo todavía está fallando, pues el humán no encuentra un sentido universal a su limitada existencia temporal.

Se acusa a las religiones tradicionales de fundamentalistas e involucionistas, entorpecedoras del proceso de conocimiento, pero éstas ofrecen un sentido global que puede ser compartido por una comunidad de creyentes. Tal sentido, como todos sabemos, no procede del conocimiento, sino de la creencia y el dogma, pero, hasta que la ciencia, en connivencia con la filosofía y la educación, no logre articular un discurso explicativo sobre la ubicación del ser humano en el mundo, una explicación en la que éste encuentre regocijo y significado, la mera supresión de los dogmas y las creencias religiosas no hará más que dejar un vacío que acentuará la desorientación y la desesperación de la humanidad.

Y sin embargo, la muerte sigue siendo un tabú y se la considera como algo ajeno a la vida, cuando en realidad la muerte es el clímax de ese baile cósmico, la última gran aventura, lo que de verdad le da sentido a todo. La vida es excepcional, una separación de las corrientes habituales del cosmos, un desequilibrio improbable que, con todo, ha tenido lugar, y eso la convierte en milagrosa. La muerte es el retorno al origen, a la normalidad del cosmos. ¿No es maravilloso?. ¿Porqué tenemos que pensar en la muerte como algo terrible, si al fin y al cabo es el retorno al hogar, al cosmos en su estado habitual?. El retorno a nuestro verdadero origen, en definitiva.

La respuesta es obvia: porque, según parece, y hasta que el conocimiento filosófico o científico demuestren lo contrario, ése retorno al origen exige pagar un precio. El precio de perder la conciencia individual, de dejar de ser un ego concreto. Ciertamente, es un temor razonable: ¿para qué sirve saber que hay continuidad después de la muerte si en esa continuidad no cabe el ego?. Yo, José A. Peig, cuando muera, seré parte del todo, pero ya no seré José A. Peig, sino una conciencia de todo. Para la mayoría de la gente, disfrutar de una vida inmortal dejando de ser una conciencia individual no tiene sentido. Por eso, lo que la ciencia ha sido capaz de explicar a día de hoy sobre la posición del humán como parte de un todo, no sirve para crear ese sentido universal que destronaría para siempre al poder del temor a la muerte, el gran temor que ha esclavizado a la humanidad desde tiempos inmemoriales.

Cuando la ciencia, de la mano del conocimiento empírico y de la adecuada interpretación de la relación entre el hombre y el universo, sea capaz de explicar el hecho de la muerte de manera que ésta sea entendida como un elemento clave y sustancial en la existencia global, entonces la humanidad dará un paso de gigante hacia la verdadera libertad. Ése es un punto trascendental. La muerte debería ser una asignatura obligatoria en los colegios de primaria, en los institutos, en la televisión, como aprendizaje para la vida.

Y por último, ahondando en el enigma, si después de la muerte hay algún tipo de continuidad en la que formamos parte de la conciencia del todo, ¿en qué consiste esa percepción del todo?. ¿Cómo se disfruta el todo viéndose a sí mismo como un todo y por toda la eternidad? Imposible siquiera imaginarlo, porque sólo conocemos (en nuestra actual existencia de unidades individuales) el estado de conciencia individual. Más allá está Brahman y su misterio.

Y terminamos con estas palabras de Jesús Mosterín, para poner su acertada rúbrica final:

Dando rienda suelta a nuestra curiosidad, indagando las criaturas que nos rodean y los astros lejanos, escrutando el universo, encendemos en este planeta el fuego de la conciencia cósmica. Cuando en febrero de 1987 llegó a la tierra la primera luz procedente de la supernova que había explotado 163.000años antes en la gran nube de Magallanes, rápidamente trasmitió la noticia y todos los observatorios del hemisferio sur apuntaron en ésa dirección. Quizá en ese momento el universo- a través de nosotros- se dio cuenta de que había sufrido tal explosión. O quizá ya se había enterado antes, a través de otra conciencia que habitase un planeta más próximo a la supernova.

El universo es el máximo individuo, la entidad omniabarcadora; es lo más grande con lo que podemos identificarnos y en lo que podemos intencionalmente integrarnos. El Universo es todo, es el todo y, en la medida en que la palabra Dios tenga un sentido no supersticioso, el Universo es Dios. El Universo con el que nos identificamos y al que cada vez conocemos mejor a través de nuestra ciencia, nos abarca, nos incluye, nos sostiene, nos llena de admiración, reverencia y fervor. Lo que sentimos ante el Universo es un sentimiento panteísta, que es el único tipo de religiosidad compatible con la racionalidad y con la ciencia.

La ciencia sin mística corre el riesgo de quedarse en mera gimnasia metodológica. La mística sin ciencia fácilmente degenera en autoengaño y superstición. Solo la jugosa conjunción del conocimiento científico con el sentimiento místico nos permite aspirar a alcanzar aquel estado de exaltación lúcida y plenitud vital en que consiste la comunión con el Universo. Sintonizar con el Universo, sentarnos en el trono de Dios, acompasar el pálpito de nuestro corazón a un latido divino, ¿qué más se puede pedir?.


* José A. Peig

2 comentarios:

owachy dijo...

Hacía tiempo que no me pasaba por su blog, y hoy h pasado una agradable y fructífera tarde de agosto leyendo los últimos post. Si felicidad es aprender, creo que hoy me puedo dar por contento.
Un enorme abrazo, desde algún lugar de la blogosfera.

Anónimo dijo...

Deberíamos prepararnos para ese gran baile final que es regreso a casa. No hay otra explicación, ni razón, ni sentido de la vida sin la vuelta a casa.

Me reflejo en ti desde el pensamiento y además...
¡Eres un escritor temático admirable!