5 de agosto de 2006

EL MAR Y LA GUERRA
* José A. Peig

Las guerras son siempre malas, pero a veces pueden ser legítimas o inevitables. A un joven ingenuo como yo no se le escapa el hecho de que la guerra puede ser motor de cambios, revoluciones, defensa de la dignidad, la libertad y la autodeterminación de ideas, pueblos y razas. Soy hombre del Kosmos, pero también vago por los subterráneos del devenir histórico, de la sangre de las estirpes, los clanes y las sectas ideológicas (todas las ideologías son sectarias). Es decir, que yo sé que si los hombres han provocado muertes con el uso de la violencia no ha sido exclusivamente por un mero capricho alimentado desde los rugidos ancestrales que todavía bullen en los genes de la sangre, la rabia y los rugidos de la bestia desde la cual hemos evolucionado a lo largo de muchas eras.

Existen motivos que radican en lo simbólico, en los ideales o en la necesidad de diferenciarse, tener un territorio para no ser un desarraigado, defender unas ideas que otros desprecian con el poder de las armas o con el simple y llano insulto. El ser humano mata porque tiene miedo y necesita hacerse un lugar en el mundo: ésta es mi tierra, ésta es mi ideología, éste es mi dios, éste soy yo. Si amas a mi dios, y a mi tierra, y respetas y comprendes mi ideología, me estas amando a mi. Si no lo haces, te declaro la guerra, si no comprendes lo que yo amo, nada de lo que soy le será útil al mundo, por eso odio lo que eres y a los que son como tu

Leí la noticia de la nueva carnicería del ejército de Israel en el Líbano, con cincuenta civiles muertos, una treintena de ellos eran niños inocentes. La guerra de oriente medio es una guerra que no tiene fin ni origen, ya nadie sabe a ciencia cierta quién empezó la tangana como tampoco nadie acierta a dar con una solución real. Con el tiempo y las generaciones, sólo quedan siglos y siglos de odio trasmitido de padres a hijos, con el adoctrinamiento y la sangre, la sangre digo, pues no me cabe duda que tanto odio acumulado durante tantas generaciones, termina por incrustarse en los genes, y ese pulso del odio va perpetuándose sostenido en las mismísimas estructuras biológicas.

Ahora, el odio hacia Israel ya es imparable, tanto en el mundo occidental como en los países islámicos. Pero ahora más que nunca se necesita de una reflexión fría, de poner a todos los actores de la batalla en su justa medida, comprendiendo y compartiendo los problemas y las cosmovisiones de todas las partes implicadas. Dejarse llevar por el odio hacia los verdugos de turno no conduce a ningún sitio. Lo del gobierno de Israel es terrorismo de estado (con todo lo que ello supone), así como lo de Palestina es el terrorismo de las minorías, de los que no tienen otra forma de defenderse frente a estados omnipotentes que tienen la legalidad y el derecho de su parte. Yo, hoy, soy israelí, soy palestino, soy libanés, soy sirio y soy iraní. A nadie le gusta hacer la guerra, pero cuando hay siglos de incomprensión, de dolor, de traiciones, de saqueos y, sobretodo, de ofensas, los seres humanos que forman parte de un colectivo cultural, compartiendo la fe en un dios, la necesidad de tener un destino y una tierra sobre la que edificar un arraigo, una familia, unas costumbres...Como dije antes, algo tan sencillo y humano como tener un lugar en el mundo, donde ser tú mismo, con los tuyos (la identidad colectiva de la que formas parte), y teniendo la seguridad de que tus vecinos, aunque tengan mejores armas que tú y unas creencias distintas a las tuyas, van a respetarte, amarte y comprenderte incluso en tu diferencia respecto a ellos.

Utopía...

El mar mediterráneo me une, todavía más, con aquellos pueblos de oriente, hoy ensangrentados sin remisión, y amenazando con una conflagración que puede acabar teniendo ecos de alcance mundial. Es curioso comprobar que la mayoría de las profecías que han ido publicándose en los últimos años señalaban al año 2006 como el del inicio de la debacle en oriente medio, precedida por la muerte de Arafat, tal y como anunció Michael Drosnin en su famoso best-seller sobre el supuesto "código secreto de la Biblia". Ni soy catastrofista ni creo que el futuro esté escrito en parte alguna, pero me llama la atención la precisión de algunos de estos pronósticos. Y lo digo porque hoy, al ver las fotografías de esos niños asesinados, he sentido un odio y un asco inmensos.
Y todo ese dolor y ese resentimiento, para un padre que ha perdido a su hijo, para un musulmán que contempla cómo estan expoliando y asesinando a los suyos, no se cura ni en semanas, ni en diez años, ni en diez milenios. Y el pulso del odio impone la venganza y la autodefensa irracional. Por tanto, nunca se me hizo tan plausible la idea de que caminamos hacia una destrucción total, aunque espero que no sea irreversible y los que logremos sobrevivir a la barbarie podamos levantar un nuevo mundo aprendiendo de los errores de la vieja civilización, sin más dioses que los que brotan del amor a las cosas del mundo, viviendo en paz con nuestras diferencias, tanto individuales como colectivas.

El mismo mar mediterráneo que ahora contemplo, el que me enseñó la ternura, la magia de la vida, el arte de la comprensión y la alegría de mis pasos en cada atardecer, es el mismo mar que baña las tierras de Israel y el Líbano, las tierras del odio, de la incomprensión y la miseria humanas. A este lado de la orilla, reina mi paz. Allá en el horizonte oriental, se desencadena un infierno. El mediterráneo, en todo caso, es lo que nos queda y nos une.

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