25 de febrero de 2006

Cafetera de invierno


Quedo en el Centro Social del Grau. Voy a jugar unas partidas con Pedro, un jubilado entusiasta del ajedrez. En el local disponen de mesas con tablero incorporado, pero las fichas las traemos nosotros. Ahora descubrimos que tampoco hay reloj de ajedrez, vaya! tendremos que recuperar la vieja tradición de jugar cafeteras.

Empezamos la partida y ésta se desarrolla a un ritmo vivo, como si jugaramos a 10 minutos. Quizás sea la tensión de jugar con un adversario nuevo, no sabes cuál es su nivel y tienes miedo de llevarte una sorpresa... pero la cuestión es que me siento animado y disfruto jugando. La partida me sale redonda, aquí la transcribo para que podáis apreciarla.

Emilio - Pedro
Febrero 2006

[ECO "B01"]

1. e4 d5 2. exd5 Qxd5 3. Nc3 Qa5 4. Nf3 Bg4 5. Be2 c6 6. O-O e6 7. d4 Nf6 8. Bd2 Nbd7 9. h3 Bxf3 10. Bxf3 Be7 11. d5 cxd5 12. Nxd5 Qd8 13. Nxe7 Qxe7 14. Bxb7 Rb8 15. Bc6 Rxb2 16. Bc3 Rb6 17. Bxf6 gxf6 18. Qf3 O-O 19. Bxd7 Qxd7 20. Qxf6 Qd8 21. Qf4 Rc6 22. Rad1 Qc7 23. Qg5+ Kh8 24. Qf6+ Kg8 25. Rd4 1-0

Cuando me sale una partida tan elegante y armoniosa, sólo caben dos explicaciones:
1) mi adversario me ha dado muchas facilidades o
2) soy la reencarnación de Capablanca

qué piensan ustedes?

12 de febrero de 2006

Jaleo de mundo. Afortunado soy por habitar en este paraíso y poder bañarme de todos los vaivenes y trajines del orbe sin tener que mojarme del todo. Al menos de momento. Porque, sinceramente (y algo lastimosamente), creo que la obligación de todo librepensador es implicarse en los problemas de la sociedad y no dejarse llevar de forma tan extenuada por el egoísmo del placer hedónico de quién se ha puesto el mundo por montera y allá va con todo, a por la felicidad y el progreso personal. Y a los demás...¡que les zurzan!. No. Es tentador, pero también cruel e irresponsable. La plena conciencia de la felicidad de uno conlleva un misterioso y beatífico impulso de “contagio”, de extensión del estado supremo del ser.

Mi felicidad no va a ir a ninguna parte hasta que todos hayan subido a bordo. Es tiempo, pues, de guerra. Velas al viento, mis queridos camaradas que no tenéis otra patria que la mar ni más ley que la libertad. Nos espera la conquista colectiva de las más altas cimas del espíritu humano.

Quien tenga oídos, que oiga...

Las desgracias, sin embargo, parecen mandar a nivel colectivo. La desgracia y la degradación de un sistema de sistemas, de una civilización de civilizaciones, de un brutal choque entre formas irreconciliables de entender el estado de cosas, los valores, las leyes y la moral supremas. Los fundamentalistas islámicos ahora mismo parecen estar declarando la guerra, definitivamente, a los occidentales impertinentes y blasfemos que se dedican a consentir y reproducir públicamente el ignoto careto del profeta Mahoma. Queman iglesias, matan a personas y se enzarzan en un pozo de odio alimentado por los propios imanes y los distintos medios. Yo, desde mi sensibilidad a caballo entre el ateísmo y un panteísmo forjado sobre lo que el mundo natural ha podido enseñar a mi limitada capacidad de terrícola espantado por la complejidad del universo, me subo por las paredes cada vez que intento hacer un sano ejercicio de empatía para con una visión teocéntrica y todavía estancada en la época feudal. No voy a ser tan melifluo y palurdo como para cantar alegremente la tópica y consabida arenga que viene a definir a las religiones como algo despreciable y maligno sin resquicios para la duda y el análisis, matizaciones de todo tipo que se podrían hacer atendiendo a la dimensión humana más poderosa en tanto que cava un abismo entre lo animal y lo humano, y nos otorga un arma de huída hacia el cosmos y hacia un mundo en el que el hombre, de verdad, pueda sentirse el epicentro de la creación, el “leitmotiv” del baile de los átomos y de la colisión entre galaxias. Vamos, que el ser humano se hizo humano, también, gracias al impulso religioso. Y vemos ahora cómo desciende al nivel de una bestia cuando los titiriteros de esa civilización (o de la otra considerada como “la nuestra“, vete tu a saber) remueven los fuegos de la sinrazón para dar rienda suelta al potencial destructor de las masas adoctrinadas en función de ciertos intereses. En el siglo XXI y aún estamos con esas...
Claro que, por otra lado, los voceros de la civilización ilustrada patalean y claman en nombre de sus propios dioses y sus dogmas. Dioses y dogmas con nombres seculares, desde luego razonables en su raíz primigenia, pero ya fosilizados desde el etnocentrismo u ombliguismo occidentalista: libertad de expresión y derechos humanos. Dignas expresiones verbales que han aupado a la humanidad hacia una nueva conciencia y sepultado viejas enfermedades de la cultura humana; por ejemplo, la sumisión a los dioses que el ser humano ha creado y a todo tipo de conductas supersticiosas. Es decir, lo que aún permanece en el mundo islámico y contra lo que hay que lidiar (y convivir) hasta que este disponga de las condiciones materiales e ideológicas para iniciar su propia ilustración.

Desde luego que para convivir con esa civilización dogmática no es necesario limitar las posibilidades de expresión y no hay que arrodillarse o pedir perdón de forma cobarde ante las muertes y las revueltas propiciadas por ese autoritarismo teocéntrico, pero tampoco hay que caer en el dogma de la inquebrantable e ilimitada libertad de expresión: la Diosa Libertad de Expresión. Esta, como todo en una cultura verdaderamente crítica, es cuestionable, sobretodo en tiempos de refriegas que excitan las vísceras de muchos. A la paz se llega conociendo e interpretando lo más objetivamente posible el sentir y la sensibilidad de todas las culturas que convergen y conviven en un mismo espacio y tiempo. Si unos enquistan sus posturas en nombre de Alá y los otros (nosotros) hacen lo propio en nombre de la libertad no hay posible tregua para las esperanzas de unos y otros.

La cuestión que me planteaba desde hace un tiempo es porqué el mundo musulmán no ha podido tener su propia ilustración y así liberarse de las falsas y estúpidas leyes y preceptos coránicos así que, para ir terminando, reproduzco un interesante párrafo recurriendo una vez más a Charpak y Omnés:

Viendo la riqueza del movimiento de las ideas en la edad media árabe, uno se pregunta porqué se secó la fuente de genios como Alhazé y porque el pensamiento científico languideció a partir de entonces en el mundo musulmán. Añadamos, con todo, que ha existido siempre una línea de grandes sabios de esta cultura: estamos pensando en un difunto y antiguo colega pakistaní , Abdus Salam. Fue uno de los inventores del modelo estándar de las partículas y fundó el instituto internacional de Trieste, destinado a acoger y formar a científicos del tercer mundo.Se manifestaba y profesaba musulmán pero esto no quita que sean raros los hombres de su talla y que abunden menos que en otras civilizaciones. Lo que hace que debamos preguntarnos la razón de esta escasez.
Una respuesta brutal ha sido la avanzada por Ahmed Zewail, premio nobel de química en 1999, que nació y se educó en Egipto antes de convertirse en titular de la prestigiosa cátedra Linus Pauling en el California Institute of Technology .
Zewail no cree que la responsabilidad del letargo de la ciencia en el mundo musulmán deba buscarse en unos límites marcados por la religión a las especulaciones del espíritu. Una mirada al pasado bastaría para demostrarlo. Él ve la causa en la creciente influencia de tendencias oscurantistas , hostiles por principio a toda investigación científica y a todo conocimiento de este orden: ¿ acaso no ha dictado Dios personalmente y para siempre todo cuanto es preciso saber?. Mahatir Mohamad, primer ministro de Malasia, afirma que el verdadero obstáculo para el desarrollo no es el Islam, sino la obstinación de los ulemas políticos, que reducen exclusivamente el conocimiento al contenido del Corán y a su interpretación más estricta. Dicho en otras palabras, el fundamentalismo estaría taponando cualquier perspectiva de futuro.

Propagadores de oscurantismo. Los mismos que utilizan los resortes cándidos y espontáneos de nuestra divina libertad de expresión para provocar y excitar a las masas. Apelo, pues, a la sutileza y la prudencia a la hora de hacer uso de tan digna herramienta porque al choque de civilizaciones -con las posibles ofensas que ello puede generar - se le puede sumar los malintencionados líderes políticos que la utilizan en beneficio propio y en detrimento de un mundo en paz. Y, reconozcámoslo, eso es un fracaso para todos.

José A. Peig