24 de junio de 2006


* LA FIESTA *
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Rosario Górriz Fons


" Me resulta muy curioso el que las religiones tengan tantas dificultades con las experiencias místicas como los psicólogos, si es que no tienen más ".

Wilson Van Dusen, La profundidad natural en el hombre


Aquí estoy. Recostada en el suelo, dejo que me inunde esta pacífica lentitud, el ritmo interno y preciso, que al principio me hizo pensar que había muerto. Es un lugar extraño, pero amable donde el aire está impregnado de puntos luminosos que tiñen el cielo de suaves colores. Suena de fondo una música alegre, cantos y risas, pero no sé de dónde proviene, ni porqué estoy aquí.

Sé que hubo una explosión y, aunque no estoy herida, todo parece indicar que la detonación ha abierto una puerta dimensional y me he colado por ella. Ahora será cuestión de buscarla, abandonar este paraje de ensueño y regresar. Pero, cuando pienso en incorporarme, dicho y hecho es todo uno. No sé cómo me he levantado, pero estoy de pie. Necesito comprobarlo, es algo que va con mi carácter, y repito varias veces la acción: tumbada, de pie, de lado, en cuclillas... No lo entiendo, pero acción y pensamiento son uno. Bueno, tal vez pueda desplazarme de este modo hasta la puerta dimensional y... ¡ya he llegado!

Pero aquí no se ve nada. El aire ya no es luminoso y los puntos de luz son, ahora, puntos oscuros, como si estuviera cargado de hollín. Veamos, me pongo a favor del viento y, sí, es humo. Hay un terrible incendio, pero no noto el calor.

¡Un momento! ¿Qué es esto que me cae encima? ¡Claro! Alguien intenta apagar el fuego. Retrocedo y efectivamente está lleno de bomberos. Todos corren arriba y abajo, y a todos les afecta mucho el intenso calor que yo, qué extraño, sigo sin notar.

En uno de los camiones el jefe de bomberos habla por radio pidiendo refuerzos. Espero que termine de hablar y, cuando desciende del vehículo, le pregunto qué ha pasado, pero no contesta. Le toco en el hombro para llamar su atención y mi mano pasa a través de él como si fuera de aire. Me asalta la duda, ¿es él de aire o lo soy yo? Ya entiendo, estamos en dimensiones diferentes, yo le veo desde aquí, pero él no advierte mi presencia. Se que tengo que regresar al fuego, porque es allí donde ha de estar el paso, la puerta, pero antes quiero comprobar que realmente nadie me ve.

Me alejo en dirección a los coches de policía, que están ya muy lejos del incendio, y me acerco con cautela a dos guardias que toman café junto a uno de los vehículos. Aunque parece que tampoco me ven, subo al capó del coche, con una agilidad que a mí misma me sorprende, y doy unos saltos para llamar su atención. Pero nada. Así que, me siento en el techo con las piernas colgando entre ellos. Estoy en medio de la conversación y es evidente que no me van a echar de aquí. Cuando presto atención, el más joven está comentando el trabajo que hubo que hacer, dado el desnivel de la mediana, para que los coches pudieran pasar al otro lado de la autopista y regresar. Decido participar y digo en voz alta:

‭ – ‬Habría sido más fácil hacerlos volver atrás.
‭ – ‬Eso hubiera sido peor - contesta el joven.
‭ – ‬¿El qué? pregunta el compañero.
‭ – ‬Hacerlos volver - y aclara - La autovía sigue colapsada. Es de locos - dice pensativo - No, - concluye volviendo al argumento inicial -, era mejor darles salida por la nacional.
Está claro. No me ven, pero el joven, al menos, parece oírme. Lo compruebo. Doy un grito victorioso y canto a pleno pulmón el "campeooones, campeooones" de los equipos deportivos. Ninguno de los dos hace ademán de oír mis gritos, pero cuando me callo, están hablando de la marcha de sus equipos. Bueno, ahora ya sé cuánto necesito. bajo del coche y , medio en broma y en voz alta, agradezco la información.

‭ – ‬No es nada - contestan al unísono, y la expresión de sus caras consigue arrancarme una sonrisa.

Me acerco de nuevo al incendio y el fuego está ¡vivo! y, para mi sorpresa, ruidosamente alegre. Me obligo a recordar que, aunque el fuego no me quema, el humo si me ciega, y caigo en la cuenta de que si regreso en mitad de las llamas, sin duda, me abrasaré. Pero he de intentarlo, no puedo arriesgarme a quedar atrapada en esta dimensión. Me adentro en el fuego buscando el origen de la explosión y avanzo hasta que tropiezo con un camión cisterna. Lo rodeo y en la parte delantera, donde espero encontrar el paso dimensional, hay un coche empotrado. ¡Mi coche! Ahora lo recuerdo. Viajaba de noche para adelantarme a la operación salida. No había trafico, pero decidí parar en un área de servicio y esperar a que escampara la niebla. Aminoré la marcha y me concentré en las señales. Poco después unos potentes faros me deslumbraron por el espejo retrovisor y, deseando que me adelantara, levanté el pie del acelerador. Luego una fuerte sacudida.

Imagino la cara que pondrán mis nietos cuando les cuente el porqué de mi retraso, pero, ¿realmente he sobrevivido a esto? Si la explosión me ha enviado a otra dimensión, mi cuerpo no puede estar en el coche. No sé, la idea de la muerte vuelve con fuerza, pero me da miedo comprobarlo. No, no puede ser, tengo que estar en otra dimensión, no puedo estar muerta y sentirme tan viva. Es ilógico, es..., es un insulto a la razón, es... ¡Basta! tengo que tranquilizarme, pensar con claridad.

Respiro hondo y pienso en mis hijos, en mis nietos, en los amigos que quedaban vivos y ¡qué absurdo! pienso que he olvidado apagar la luz de la cocina. Bueno - intento consolarme - , he disfrutado de la vida y, si estoy muerta, ha sido una buena forma de morir, una forma más rápida y limpia que seguir envejeciendo hasta que el cuerpo se te va pudriendo en vida.

Me asomo por aquel amasijo de hierros esperando no encontrar nada pero, sí, ahí está mi cuerpo. ¿Cómo es posible? ¿Será que la mente sobrevive un tiempo al cuerpo?

Sí, eso parece ser. Ya noto cómo se acerca el final. Mi visión se está desenfocando. Mi mente se repliega sobre si misma. Ahora es un agujero negro que engulle velozmente imágenes, recuerdos, anhelos y penas de todos mis tiempos. Se contrae. Se prepara para volver al polvo. Mis ojos se cierran y lo que soy se está difuminando en el aire. Lentamente. De no ser por el alboroto de las llamas... Parece que el sentido del oído es el último en desaparecer. Pero, ¿por qué siento ahora como si despertara?¿Habrá sido un sueño? Abro los ojos con cuidado, pues a través de los párpados adivino un exceso de luz, y cuando mis pupilas se acostumbran a la claridad, compruebo que sigo en mitad de las llamas, junto a mi cuerpo carbonizado. No puedo engañarme más, esto es la muerte y no tiene remedio.

De acuerdo, he sobrevivido a la muerte, y ¿ahora qué?
Me pregunto dónde estarán los cielos y los infiernos que vende la religión, y en el fondo me alegra no haber perdido mi ácido sentido del humor. Pero si ellos no tienen razón, también yo estaba equivocada y, aunque ahora la energía de mi cuerpo regresa a la tierra, yo sigo aquí. Soy la misma que horas antes conducía a través de la niebla y, la verdad, no veo más cielo ni más infierno que el que yo misma poseo.

Me asomo a la cabina del camión y descubro otro cuerpo carbonizado. Alguien más ha muerto conmigo. También debe creer que está en otra dimensión, pero podrá verme, oírme, y yo podré comprobar que no sigo soñando. Recuerdo que puedo ir donde quiera al instante - extraña ventaja la de la muerte - y opto por la vía rápida. Deseo estar con él y, fuera ya del fuego, hay alguien gimiendo en el suelo, a pocos metros de mí. Debe ser un acompañante del conductor. ¡Pobre infeliz!, tiene quemaduras por todo el cuerpo. Dos hombres le atienden mientras un tercero observa con atención. Bueno, luego buscaré al camionero, no creo que este sobreviva y quiero observar el tránsito. ¡En mi caso ha sido tan rápido!

Me acerco decidida, sabiendo que no pueden verme, pero uno de los hombres sale a mi encuentro y me pide que no dé un pasos más. Su voz suena extraña. ¡Claro! no es un hombre, es una mujer y su cara me recuerda..., sí, tiene la placidez de la Gioconnda. Cuando vuelvo a prestar atención a sus palabras, está diciendo:

‭ – ‬... Eso alterará al enfermo.
‭ – ‬¿Puede usted verme? - es todo lo que alcanzo a decir.
Me mira, como si de pronto comprendiese, y dice:
‭ – ‬ Sí, del mismo modo que me ve usted a mí.
Sé que hay personas que afirman ver a los muertos y, aunque nunca lo he creído, deduzco que debo estar ante una vidente.
‭ – ‬Verá - le explico - , sólo quiero observar el proceso de la muerte. Aún no estoy segura de seguir... ¿viva?
‭ – ‬ Creo que no lo entiende - dice con suavidad - . Aunque se acerque, no podrá ver nada porque ya está muerto.
Calla esperando mi respuesta, pero tiene razón, no lo entiendo.
‭ – ‬Si los dos estamos muertos, ¿por qué él está carbonizado y yo no?- pregunto finalmente.
‭ – ‬Verá, de algún modo es responsable... - titubea - Aún no sabe que está muerto, pero... - hace otra pausa, fija la mirada a lo lejos, detrás de mí, y sin perder el tono suave, dice tajante - Tengo que irme, él me necesita más que usted.

¿Enfermo, muerto? Esto no tiene sentido, es como vivir una pesadilla. El desaliento me impide seguir de pie y, más que caer sentada, me derrumbo. Sollozo, llorando como una criatura. Me siento sola, más aún, abandonada, y no entiendo nada.

Intento salir de la desesperación pensando en Julia, mi hija. Ella siempre decía que no puedes cambiar lo que ocurre a tu alrededor, pero que siempre, siempre, puedes elegir la forma de vivirlo. Esa actitud nos ayudó a superar su trágica muerte, pues en su memoria hicimos el esfuerzo de vivir su recuerdo con amor y no su pérdida con amargura. Ahora, intento aceptar mi muerte del mismo modo, pero esta soledad lo hace todo más difícil.

Miro hacia el herido. está más tranquilo, como sedado. Lo trasladan en unas extrañas parihuelas; parece, no sé, es como si hubieran condensado el aire para construirlas. La mujer, que ahora camina junto al herido, gira la cabeza y saluda con la mano a modo de despedida. Pienso en irme con ellos, pero no haga nada por seguirlos. Aquello no va conmigo. Lo sé. No sé cómo, pero lo sé.

El fuego está casi controlado. El griterío de las llamas es sólo un murmullo quedo, y se oyen, a lo lejos, la música y las risas del principio. Sí, alguien, además del fuego, celebra una fiesta.
Algunos bomberos empiezan a recoger el equipo; otros, exhaustos por el esfuerzo, descansan junto a la ambulancia que, cuanto todo termine, trasladará los cuerpos calcinados. Luego, la enorme grúa que acaba de llegar retirará el revoltijo metálico de la calzada, la autopista engullirá´, como siempre, el tráfico de las vacaciones y la vida, como si nada hubiera pasado, seguirá.

Oigo de nuevo, con mayor intensidad, las risas de esa fiesta que no consigo ubicar. No estoy de humor para fiestas. ¡Estoy muerta! Como tanta otra gente, pienso con ironía. Pero, ¿dónde están todos los muertos? Y, dicho y hecho - empiezo a cansarme del juego -, desfila ante mis ojos una gran multitud. Es evidente que no están ahí. Es como una película y no quiero ver más. No son multitudes la compañía que busco. Quiero ver a los míos, darle a Pepe un tirón de orejas por dejarme viuda antes de tiempo, abrazar a mis padres, a los amigos que partieron antes que yo, pero sobre todo a Julia, mi hija.

‭ – ‬ ¿Dónde estás, hija? - me sorprendo diciendo en voz alta.
Y escucho detrás de mi una voz conocida, entrañable:
‭ – ‬Te estamos esperando, mamá. Hay una gran fiesta y tú eres la invitada de honor. Ven.

22 de junio de 2006

Un remedio para la tristeza

Lo mejor para la tristeza - contestó Merlín, empezando a soplar y a resoplar - es aprender algo. Es lo único que no falla nunca. Puedes envejecer y sentir toda tu anatomía temblorosa; puedes permanecer horas y horas por la noche escuchando el desorden de tus venas; puedes echar de menos a tu único amor; puedes ver el mundo a tu alrededor devastado por locos perversos; O saber que tu honor es pisoteado por inteligencias inferiores. Entonces sólo hay una cosa posible: aprender.

Aprender porque se mueve el mundo y lo que hace que se mueva. Es lo único que la inteligencia no puede agotar ni alienar, que nunca la torturará, que nunca le inspirará miedo odesconfianza, y que nunca soñará con lamentar, de lo que nunca se arrepentirá.

Aprender es lo que te conviene. Mira la cantidad de cosas qeu puedes aprender: La ciencia pura, la única pureza que existe. Puedes aprender. Astronomía en el espacio de una vida. Historia Natural en tres. Literatura en séis. Y entonces después de agotar un millón de vidas en Biología, Medicina, Teología, Geografía e Historia y Economía. Pues entonces puedes empezar a ahcer una rueda de carrera con la madera más apropiada o pasar cincuenta años aprendiendo a empezar a vencer a tu contrincante en esgrima. Y después de eso, puedes empezar de nuevo con las Matemáticas hasta que sea tiempo de aprender a arar la tierra.