23 de abril de 2006


Recuerdos personales de Chernobyl

Por Mauricio Llaver
Especial para el Sentinel - Sur de Florida
4/22/2006


Todo empezó con una excelente idea de mi padre. Un día de enero de 1986, cuando yo estaba en la universidad estudiando periodismo, me dijo que nos íbamos de viaje a Europa del Este, con un recorrido que incluía varias ciudades de la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y Hungría.

"Va a ser muy bueno para tu formación", me aseguró, mientras yo no podía salir de mi sorpresa.

Tres meses después, con mis 22 años ávidos de observar todo, un avión de Aeroflot nos llevó desde Buenos Aires hasta Moscú en un vuelo de más 20 horas de duración. Era sólo el principio de la aventura.

Ninguno de los dos imaginábamos que pocos días después íbamos a estar muy cerca de un acontecimiento que estaba conmoviendo al mundo. Mientras el planeta hablaba de la explosión nuclear de Chernobyl, lo más parecido que nosotros habíamos escuchado al respecto era algo sobre unas garrafas de gas que habían explotado en algún lugar de Ucrania.

Fue todo muy demostrativo de cómo se manejaban las cosas por allá.

El 1 de mayo lo pasamos en Moscú observando el desfile del Día del Trabajador. Estábamos sobre la Avenida Gorki, muy cerca de la Plaza Roja, en un lugar previamente asignado a la delegación argentina, cuando se acercó un grupo de italianos a "parlar" con nosotros. Eran comunistas, y uno de ellos lucía una corbata roja con el símbolo de la hoz y el martillo en amarillo.

Muchos integrantes de nuestro grupo eran comunistas y, como era de prever, muy pronto todo comenzó a llenarse de críticas al "imperialismo americano". Hasta que uno de los italianos remató la conversación con un ejemplo de la "desinformación occidental": "Hace unos días han explotado unas garrafas de gas en Ucrania y en Occidente están diciendo que ha sido un accidente nuclear".

Con mi padre lo tomamos como uno de los tantos disparates que escuchábamos en muchas ocasiones. Pero esa noche algo nos encendió una luz de alarma, porque mientras hablábamos por teléfono con Argentina desde el hotel Rossia, me quedé atónito al escuchar a mi hermana decirnos: "Estamos muy preocupados por el accidente nuclear". Después de lo cual, casualmente o no, la llamada se cortó.

Al día siguiente mi padre encaró a la guía soviética y le exigió explicaciones. Y la mujer, que se llamaba Irina, nos confesó que había sucedido un accidente nuclear en una ciudad de Ucrania llamada "Ternopol", pero que todo estaba bajo control. El detalle de la explosión en Ucrania no era menor, porque era uno de los puntos siguientes de nuestro viaje. Más precisamente hacia la capital, Kiev, adonde llegamos después de todas las garantías de que el accidente había sido lejos de allí y de amargas (y probablemente sinceras) quejas de que el imperialismo occidental estaba magnificando todo el episodio.

Pero al bajar del avión nos hicieron control radiactivo con contadores Geiger. Y lo mismo nos sucedió en Leningrado (ahora San Petersburgo) al saber que proveníamos de Kiev. Recién ahí nos enteramos de que el accidente no había sido en ninguna Ternopol sino en Chernobyl, nombre que escuchábamos por primera vez.

Estando allí, no había manera de imaginarnos el impacto que el suceso había tenido en el mundo entero. Sólo al regresar a casa y al leer los periódicos que mi madre nos había guardado tuvimos una dimensión real de lo que había significado aquel accidente nuclear.

La explosión de Chernobyl fue el 26 de abril de 1986, hace ahora 20 años. Y el episodio es uno de los recuerdos más nítidos que me quedó de aquel viaje, lleno de vivencias que, como mi padre me había anticipado, fueron muy importantes para mi formación.

Aquella Unión Soviética ya no existe y la vida de sus habitantes ha cambiado radicalmente, para bien o para mal. Pero tampoco existe la República Democrática Alemana que visitamos a continuación (yo conocí el Muro de Berlín desde el lado oriental, sin graffitis), ni la Checoslovaquia comunista, hoy dividida en la República Checa y en Eslovaquia.

Las imágenes de Marx ya no ondean por las calles de Rusia y en su lugar hay carteles de McDonalds. Los vehículos militares que me impresionaron en la Plaza Roja terminaron en chatarra. Cuando mis hijos escuchan la sigla "PC", ni siquiera sospechan que antes eso significaba "Partido Comunista". Para ellos no hay otra cosa que la "Personal Computer", y a veces me preguntan sobre el comunismo cuando lo estudian en los libros de historia.

En mi colección de periódicos tengo el ejemplar de "Izvestia" de aquellla tarde del 1 de mayo.
Chernobyl. Veinte años de historia mundial y personal. Ha pasado todo tan rápido…

Mauricio Llaver es periodista del diario Los Andes en Mendoza, Argentina.

http://www.sun-sentinel.com/elsentinel/

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