Natxo Monzó
La televisión ya ha lavado el cerebro a una buena parte de los niños que llegan hoy a la escuela; hay que considerar un nuevo hecho: se sientan frente a la tele antes de empezar a hablar; y eso que la mayoría de los padres saben que los tres primeros años de vida de sus hijos son decisivos para la formación de su personalidad: todo lo que los niños vean y sientan, influirá, directamente, en su carácter. Si se acostumbran a ver imágenes agresivas, puede que, en el futuro, consideren los comportamientos violentos como normales.
La familia ya no es la principal transmisora generacional y cultural: la pequeña pantalla se ha adueñado de ese terreno. Quienes hablan sobre «los hijos de la tele» es porque saben que la caja boba está arrebatando el papel educador a los padres; ese menor tiempo que los padres dedican a la transmisión generacional, puede producir el hundimiento del universo simbólico y psíquico del niño.
Desde la infancia, la televisión generaliza la confusión entre lo real y lo imaginario, entre la presencia y la ausencia; algunos se convierten en seres casi liberados de las limitaciones espacio-temporales, otros ya no saben habitar ningún espacio-tiempo.
Los colegios actuales están llenos de «hijos de la tele»; no es de extrañar que muchos profesores se quejen de que los chicos que tienen delante «ya no son alumnos», «ya no escuchan»; lo peor es que, cuando hablan, lo terminan de liar. Yo no quiero generalizar, pero hay que tener en cuenta que una gran cantidad de niños padecen enormes dificultades a la hora de integrarse en una conversación: no se sienten cómodos ante las posturas del que habla o del que escucha.
El modelo educacional presente, que los expertos en pedagogía apoyan, es en realidad el modelo del talk show televisado, en el que cada uno puede, democráticamente, dar su opinión; prefieren la interacción a la reflexión e instrucción. Al profesor que impulsa a los alumnos a la función crítica se le descalifica rápidamente.
Muchos pedagogos encuentran aquí una causa de la violencia en la escuela, ya que los chicos reaccionan frente a la autoridad impuesta por los profesores.
Hace mucho tiempo, los abuelos y algunos padres narraban cuentos a los niños; hoy en día, lo habitual es que el niño vea la televisión, aunque ahora que empezamos a conocer algunas consecuencias, no sólo del contenido sino de la televisión en sí misma como medio, puede que algún día optemos por contarles un cuento.
La familia ya no es la principal transmisora generacional y cultural: la pequeña pantalla se ha adueñado de ese terreno. Quienes hablan sobre «los hijos de la tele» es porque saben que la caja boba está arrebatando el papel educador a los padres; ese menor tiempo que los padres dedican a la transmisión generacional, puede producir el hundimiento del universo simbólico y psíquico del niño.
Desde la infancia, la televisión generaliza la confusión entre lo real y lo imaginario, entre la presencia y la ausencia; algunos se convierten en seres casi liberados de las limitaciones espacio-temporales, otros ya no saben habitar ningún espacio-tiempo.
Los colegios actuales están llenos de «hijos de la tele»; no es de extrañar que muchos profesores se quejen de que los chicos que tienen delante «ya no son alumnos», «ya no escuchan»; lo peor es que, cuando hablan, lo terminan de liar. Yo no quiero generalizar, pero hay que tener en cuenta que una gran cantidad de niños padecen enormes dificultades a la hora de integrarse en una conversación: no se sienten cómodos ante las posturas del que habla o del que escucha.
El modelo educacional presente, que los expertos en pedagogía apoyan, es en realidad el modelo del talk show televisado, en el que cada uno puede, democráticamente, dar su opinión; prefieren la interacción a la reflexión e instrucción. Al profesor que impulsa a los alumnos a la función crítica se le descalifica rápidamente.
Muchos pedagogos encuentran aquí una causa de la violencia en la escuela, ya que los chicos reaccionan frente a la autoridad impuesta por los profesores.
Hace mucho tiempo, los abuelos y algunos padres narraban cuentos a los niños; hoy en día, lo habitual es que el niño vea la televisión, aunque ahora que empezamos a conocer algunas consecuencias, no sólo del contenido sino de la televisión en sí misma como medio, puede que algún día optemos por contarles un cuento.
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